El estudio de la historia,
según Jacques Le Goff
JUEVES 17 DE ABRIL DE 2014 - Diario La Nación.
Texto: Jacques Le Goff -
Traducción: Susana G. Artal
Ni tesis ni síntesis, este ensayo
es el resultado de una larga investigación: una reflexión sobre la historia,
sobre los períodos de la historia occidental, en el seno de la cual la Edad
Media es mi compañera desde 1950. Estábamos entonces en vísperas de mi agrégation [concurso
de admisión en el cuerpo de profesores de enseñanza secundaria o superior. N.
de T.], cuyo jurado estaba presidido por Fernand Braudel y en el cual la
historia medieval estaba representada por Maurice Lombard.
Se trata pues de una obra que
llevo dentro de mí desde hace mucho tiempo, alimentada de ideas por las que
tengo el más vivo interés y que he podido formular, en diversos lugares y de
diversas maneras.
La historia, como el tiempo que
es su materia, aparece al principio como continua. Pero está hecha también de
cambios. Y, desde hace mucho tiempo, los especialistas han tratado de
distinguir y definir esos cambios recortando, en esa continuidad, secciones que
al principio se denominaron las "edades" luego, los
"períodos" de la historia.
Escrito en 2013, en el momento en
que los efectos cotidianos de la "mundialización" son cada vez más
tangibles, este libro-recorrido vuelve así a las diversas maneras de concebir
las periodizaciones: las continuidades, las rupturas, las maneras de pensar la
memoria de la historia.
Ahora bien, el estudio de estos
diferentes tipos de periodización permite desgajar, creo, lo que puede llamarse
"una larga Edad Media". Y eso especialmente si se reconsideran a la
vez las significaciones que, desde el siglo XIX, se han querido atribuir al
"Renacimiento" y la centralidad de ese "Renacimiento".
Dicho de otro modo, al tratar el
problema general del pasaje de uno a otro período, examino un caso particular:
la supuesta novedad del "Renacimiento" y su relación con la Edad
Media. Este libro pone así en evidencia las grandes características de una
larga Edad Media occidental que podría ir desde la Antigüedad tardía (del siglo
III al VII) hasta mediados del siglo XVIII.
Esta proposición no elude la
conciencia que de aquí en más tenemos de la mundialización de las historias. El
presente y el porvenir comprometen a cada sector de la historiografía a poner
al día sistemas de periodización. Este volumen exploratorio desearía también
contribuir en esa tarea necesaria.
Si bien la
"centralidad" del "Renacimiento" se encuentra en el meollo
mismo de este ensayo, incitando a renovar nuestra visión histórica, a menudo
demasiado estrecha, de esa Edad Media a la cual consagré con pasión mi vida de
investigador, las cuestiones suscitadas conciernen principalmente a la
concepción misma de la historia en "períodos".
Pues resta saber si la historia es
una y continua o si está seccionada en compartimentos. O aún, ¿realmente hay
que recortar la historia en tajadas?
Este libro, al echar luz sobre
esos problemas de la historiografía, quiere ser una contribución, por modesta
que sea, a la nueva reflexión ligada a las historias mundializadas.
Preludio
Uno de los problemas esenciales
de la humanidad, aparecido con su nacimiento mismo, ha sido dominar el tiempo
terrestre. Los calendarios han permitido organizar la vida cotidiana, pues
están casi siempre ligados al orden de la naturaleza, con dos referencias
principales: el Sol y la Luna. Pero los calendarios definen en general un
tiempo cíclico y anual, y no son eficaces para pensar en tiempos más largos.
Ahora bien, aunque la humanidad hasta ahora no es capaz de prever con exactitud
el futuro, sí le importa dominar su largo pasado.
Para organizarlo, se ha recurrido
a diversos términos: se ha hablado de "edades", de
"épocas", de "ciclos". Pero el que mejor se adapta creo es
"períodos". "Período" viene del griego periodos que
designa un camino circular. Entre los siglos XIV y XVIII, el término tomó el
sentido de "lapso" o "edad". En el siglo XX, produjo la
forma derivada "periodización".
Ese término de
"periodización" será el hilo conductor de este ensayo. Indica una
acción humana sobre el tiempo y subraya que su recorte no es neutro. Se tratará
aquí de poner en evidencia las razones más o menos declaradas, más o menos
confesadas que han tenido los hombres para recortar el tiempo en períodos, a
menudo acompañadas de definiciones que subrayan el sentido y el valor que ellos
les confieren.
El recorte del tiempo en períodos
es necesario para la historia, se la considere en el sentido, general, de
estudio de la evolución de las sociedades o de tipo particular de saber y de
enseñanza, o aun de simple despliegue del tiempo. Pero ese recorte no es un
simple hecho cronológico, expresa también la idea de pasaje, de giro, de
rechazo incluso de la sociedad y los valores del período precedente. Los
períodos tienen, por consiguiente, una significación particular; en su propia
sucesión, en la continuidad temporal o, por el contrario, en las rupturas que
esa sucesión evoca, constituyen un objeto de reflexión esencial para el
historiador.
Este ensayo examinará las
relaciones históricas entre lo que se denomina habitualmente "Edad
Media" y "Renacimiento". Y, como se trata de nociones nacidas en
el curso de la historia, prestaré especial atención a la época en la cual ellas
aparecieron y al sentido que entonces vehiculizaban.
A menudo se intenta asociar
"períodos" y "siglos". Ese último término, utilizado en el
sentido de "período de cien años" que comienza teóricamente por un
año que termina en "00", no apareció sino en el siglo XVI. Antes, la palabra
latina saeculum designaba ya el universo cotidiano
("vivir en el siglo"), ya un período bastante corto, mal delimitado y
que llevaba el nombre de un gran personaje que le habría dado su esplendor: por
ejemplo, "siglo de Pericles", "siglo de César", etcétera.
La noción de siglo tiene sus defectos. Un año que termina en "00"
raramente es un año de ruptura en la vida de las sociedades. En consecuencia,
se dejó oír o incluso se afirmó que tal o cual siglo comenzaba antes o después
del año bisagra y se prolongaba más allá de los cien años, o inversamente,
concluía antes: así, para los historiadores, el siglo XVIII comienza en 1715, y
el siglo XX, en 1914. Pese a esas imperfecciones, el siglo se convirtió en un
útil cronológico indispensable, no sólo para los historiadores sino también
para los numerosos individuos que se refieren al pasado.
Pero el período y el siglo no
responden a la misma necesidad. Y si a veces coinciden, eso es sólo por
comodidad. Por ejemplo, una vez que la palabra "Renacimiento"
-introducida en el siglo XIX- se convirtió en la marca de un período, se lo
trató de hacer coincidir con uno o varios siglos. Ahora bien, ¿cuándo comenzó
el Renacimiento? ¿En el siglo XV o en el XVI? Pondremos en evidencia la
dificultad para establecer y justificar el inicio de un período. Y veremos más
adelante que la manera de resolverla no es anodina.
Aunque la periodización ofrece
una ayuda para dominar el tiempo -o más bien, su uso-, a veces hace surgir
problemas de apreciación del pasado. Periodizar la historia es un acto
complejo, cargado a la vez de subjetividad y de esfuerzo por producir un
resultado aceptable para la mayoría. Es, creo, un apasionante objeto de
historia.
Para terminar este preludio,
querría subrayar, como lo hecho en particular Bernard Guenée, que lo que
llamamos la "historia, ciencias sociales", requirió tiempo para
convertirse en objeto de un saber, si no "científico", al menos
racional. Ese saber que se refiere al conjunto de la humanidad no se constituyó
realmente hasta el siglo XVIII, cuando entró en las universidades y en las
escuelas. La enseñanza constituye en efecto la piedra de toque de la historia
como conocimiento. Ese dato es importante recordarlo para comprender la
historia de la periodización.
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